viernes, 23 de noviembre de 2012

UNA PEQUEÑA GRAN OBRA MAESTRA

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Tomando como base la película de igual título, desde hace tiempo quiero hablar de Billy Elliot, uno de los mejores musicales que se han escrito en los últimos 30 años y que la suerte, me ha permitido  ver en vivo, repetidas veces.

El año 2000 no solo nos trajo una psicosis mundial y apocalíptica consecuencia del cambio de siglo. Entre otras cosas, Stephen Daldry nos regaló una pequeña joya en forma de película, al más puro estilo “Bristish” llamada Billy Elliot, cuya historia conquistó a medio mundo. La crítica supo valorarla y ponerla en el lugar que merecía, ganando importantes premios y nominaciones. Mucha culpa de aquel gran resultado, residía en su protagonista, Jamie Bell, quien supo llegar al corazón del  más insensible de los espectadores.

En el 2005, se decidió convertir la película en una obra musical, solicitando por un lado, los servicios de Sir. Elton John para ponerle música a la historia, la ayuda de Lee Hall, guionista de la película, para la composición de las letras, y repitiéndose, esta vez sobre las tablas, la dirección de Stephen Daldry.


Como ya sabéis, la historia transcurre durante la durísima huelga minera del Reino Unido de mediados de los años 80. Su protagonista, Billy, de 11 años, acude a un centro de deportes para aprender boxeo y superar así la triste muerte de su madre, sin embargo, se siente atraído por lo que sucede en la clase de danza, y decide, en secreto, cambiar los guantes de lucha por las zapatillas de ballet, descubriendo entonces su amor por el baile y el deseo de convertirse en un bailarín profesional aun a pesar de lo duro y difícil que va a ser que su padre y hermano, entiendan sus gustos y le apoyen en la difícil lucha por alcanzar su sueño.


Para fortuna de todos, el resultado de la adaptación teatral no pudo ser mejor.  Strephen Daldry logró una vez más, una creación sencillamente genial. No podemos obviar que este hombre procede del teatro, y del teatro puramente “puro”. No se trata de un intruso, sino de alguien ya experimentado, que domina la dificultad de los espacios y tiene la virtud de saber hacer poesía cuando la materia prima es de calidad además de ser, posiblemente, uno de los mejores directores de actores del momento, algo que ha sabido demostrar en el escenario, con todo la cantera que componen Billy Elliot,  y también en el cine; sirva de ejemplo “Las horas” o “El Lector”, ahí es nada.

Elton John ya tenía experiencia al respecto, pues había firmado dos de los “hits” musicales más sonados de las últimas décadas; El Rey León y Aida. Además, la historia le venía “como anillo al dedo” y nadie mejor que él, para poner música a esta obra y conseguir canciones tan geniales como "Expressing Yourself" o "Electricity", o momentos musicalemente hablando tan impactantes como el "Angry Dance" o el "Finale"

He tenido la gran suerte de ver Billy Elliot en dos ocasiones; ambas en el West End londinense. Las dos veces me han emocionado y he salido del teatro llorando e impactado por lo visto pero sobre todo por lo vivido. Billy Elliot no es un  musical de pirotecnia o efectos especiales, no tendría sentido, aunque hay un par de momentos en los que, necesariamente, se recurre a ello pero sin buscar el asombro del público. Estamos ante una obra en la que la música está integrada perfectamente en el texto y que a su vez, parte de un guión de calidad, con contenido. 

En definitiva, estamos ante teatro, puro y duro, alejado de los actuales convencionalismos y esquemas del musical de los últimos 30 años. Y a pesar de lo dicho, este es para mí, uno de los musicales más espectaculares, residiendo su grandeza en la sencillez y la genialidad de muchos de sus números (atención al número de claqué de Billy y Michael o a los saludos finales) pero sobre todo, en el trabajo sobrehumano y el talento de todos los niños protagonistas. Y es que amigos, este musical no es Annie. Aquí los niños bailan de verdad, y cantan de verdad. Vemos a críos pero sus calidades artísticas son de adulto, están ya maduradas y no se admiten errores.


Creo que Billy Elliot triunfaría en España. El simple “boca a boca” bastaría para convertirlo en un “blockbuster” de la Gran Vía madrileña, en un éxito nacional,  sin embargo, y a pesar del recorrido que llevamos, teatral y musicalmente hablando en nuestro país, pienso que aún no estamos preparados para afrontar un musical de tales dificultades, y ello porque a día de hoy, carecemos de una cantera de niños aptos para dar vida a Billy, con la disciplina necesaria para interpretar y ser capaces de sostener dos horas y media de función, cantando y bailando,  con números tan difíciles y duros como el "Angry Dance" , final del primer acto,  o el grandioso “Electricity” del segundo.

Los ya pasados y también los actuales Billy Elliots son auténticas máquinas, que han nacido para hacer este papel, que llevan desde los tres años estudiando danza, canto, interpretación, pero esa cultura, aún está por llegar aquí. Afortunadamente, a juzgar por los llenos absolutos de algunas producciones las nuevas generaciones están creciendo y mamando la cultura teatral de tal manera que muchos niños, a la salida de El Rey León o de Sonrisas y Lágrimas, querrán ser cantantes, bailarines o músicos, y llegará un momento en el que la demanda requerirá escuelas especializadas, y una cosa llevará a la otra.
Dicho lo dicho, creo que no hace falta decir que recomiendo este musical por encima de otros muchos. Nadie que viaje a Londres, debería perdérselo. Es simplemente MARAVILLOSO.

martes, 16 de octubre de 2012

¡AY, AMOR!




El Teatro de la Zarzuela ha decidido abrir la temporada con un programa doble dedicado a Manuel de Falla a partir del montaje que Herbert Wernicke, realizara allá por el 1995, y en el que se unía “El amor brujo”, en su versión original, y “La vida breve”, estrenada concretamente en este mismo teatro de la Zarzuela.


La imaginería basada en la pasión por lo español de Wernicke es sobradamente conocida y en este montaje se pone de manifiesto en una primera parte que, respeta por un lado la gitanería concebida por Falla para su “amor brujo”, bajo un decorado desnudo y puro en esencia, y por otro la abstracción y alegorías plasmadas por el músico en las dos obras, con postales tópicas y típicas de la España del torero, el bailaor, la Semana Santa y su gitana.

“La vida breve”, aparentemente inconexa con la primera parte, “El amor brujo”, tiene en común en ¡Ay, Amor!, ese sentimiento desgarrado y trágico por el desamor, llegando a combinar las partituras a la perfección y sirviendo una de  prólogo a la otra,  a pesar de las grandes diferencias conceptuales que existen entre ambas.

Wernicke encontró ese lazo de unión, esa suave transición que yo no he logrado ver en este montaje,  razón por la que a mí, personalmente, me sobran los primeros 40 minutos de función. Tal vez este sea uno de los problemas de  ¡Ay, amor!; su sosa y rara primera parte frente a una segunda que rebosa potencia, poesía, que resulta conmovedora, muy bien cantada y acompañada por la dirección sobresaliente de Juanjo Mena, que le sabe sacar gran partido a la siempre poco colorida orquesta de la Comunidad de Madrid.
El otro gran problema de ¡Ay, Amor!, es la complejidad que implica escenificar El amor brujo, y la dificultad para llenar un escenario como el del Teatro de la Zarzuela con apenas dos únicos personajes, que en esta ocasión no están a la altura. Esperanza Fenández, magnífica cantaora, es devorada sin compasión por la orquesta, impidiéndonos con ello el disfrute del verso. Sólo al final del espectáculo, con un solo de guitarra y cantándonos una nana, consigue demostrarnos que es una “grande”. Tampoco Natalia Ferrándiz, bailaora profesional y con larga trayectoria, consigue llegar a trasmitir con su arte la verdad de la partitura de Falla. No sé si se debe a que no es tan buena como la venden o la culpa reside en la compleja escenografía que nos presenta un suelo con gran inclinación, elemento este que, sin lugar a dudas, debe ser de dificultad máxima a la hora de poder ejecutar la coreografía. Es una pena que ambas, hayan carecido de la fuerza suficiente que exige la obra.

Por fortuna, la sobriedad enrarecida de la primera parte, por todo lo dicho anteriormente,  se ve recompensada con una segunda, igual de trágica pero más teatral y colorista. Encontramos una ópera breve, de gran riqueza musical y muy moderna, notablemente representada sobre el mismo escenario pero con mayores recursos escenográficos, arropada por la gran compañía del Teatro de la Zarzuela y por una iluminación bellísima que ayuda a conmovernos durante los poco más de 70 minutos que dura la partitura, para concluir con un bellísimo y trágico desenlace final perfectamente ejecutado en todos los sentidos.
El director del Teatro de la Zarzuela, Paolo Pinamonti, ha justificado este extraño montaje y arranque de temporada con la pretendida intención de renovar el público de la Zarzuela, buscando con ello atraer a los más jóvenes hacia género chico.

Personalmente no creo que esta sea la forma, ni la obra. Escenarios inclinados, sin apenas decorados, o programas y carteles de “diseño”, no esconden la clave. He presenciado montajes increíbles en este teatro que harían las delicias del público de todas las edades si fuesen revisados y repuestos. Sí es cierto que la media de edad de los que asisten a este teatro no baja nunca de los 60 años, y es bueno replantearse abrir las puertas a nuevas generaciones pero Pinamonti no va por el buen camino. Más bien, de continuar en esta línea, es posible que incluso los fieles de este teatro, dejen de serlo. De hecho, esta ha sido la primera vez que he visto el patio de butacas de la Zarzuela a “medio gas”, lo cual debería hacer meditar a Pinamonti.

A favor, aplaudir la idea de que este año, cada estreno estará acompañado de exposiciones y conciertos paralelos. En concreto, ¡Ay, amor! viene acompañada de  una muestra de pinturas de Julio Romero de Torres en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. También, se puede ver otra en el mismo teatro de la Zarzuela sobre Manuel de Falla. Además, se ha programado un concierto de Miguel Poveda y otro del guitarrista Tomatito.

En conclusión, a mi la obra me ha resultado decepcionante  en su primera parte y bellísima en su segunda, generándome una sensación extraña y serias dudas a la hora de  poder manifestarme con claridad y acierto sobre el espectáculo. Con independencia de lo dicho, estamos ante un buen montaje, elegante y de calidad, que podrá gustar más o menos, pero que no nos da "gato por liebre".


lunes, 8 de octubre de 2012

CINCO HORAS CON MARIO




Hablar de “Cinco horas con Mario”, es,  sin lugar a dudas, hablar de una de las joyas de nuestra literatura más reciente.  Curiosamente, su autor,  Miguel Delibes,  comenzó manifestando su calidad artística a través de la pintura para poco después, descubrirse como uno  de los escritores más grandes que ha dado la literatura española contemporánea.

La gente más joven y poco cultivada, desconoce que estamos ante una adaptación teatral de la novela del mismo nombre y  cuya popularidad vino rubricada por la producción teatral de José Sámano  con  la irregular dirección de Josefina Molina  e interpretación magistral de Lola Herrera que se metió en la piel de Carmen Sotillo , la protagonista, durante más de veinte años.

La obra se presenta en forma de monólogo. En él,  la ya citada Carmen Sotillo, una vez que las visitas y la familia se han retirado, vela durante la última noche el cadáver de su marido e inicia con el difunto  un diálogo en el que descubriremos las miserias y conflictos del matrimonio, mostrándonos una perfecta radiografía de la hipócrita y absurda sociedad del momento, segunda mitad de los años sesenta. Sorprende como Miguel Delibes sorteó la censura de la época, atacando de una forma tan elegante y sutil al régimen totalitario  de aquel entonces apoyado y respaldado por  la iglesia Católica.

En esta ocasión, se recupera la producción y dirección primigenia, que muy a mi pesar, resulta obsoleta y precisa de una revisión. El trabajo de Natalia Millán es excelente y se postula como la gran sucesora de Lola Herrera, haciendo un trabajo más creíble por edad, físico y registros del personaje. Ejecuta su papel con solidez, recogiendo todos los matices que el texto original contiene, sin embargo yo no vi la emoción, ni las risas ni los silencios absolutos que las críticas destacan de este NO-nuevo montaje. Sin lugar a dudas, la culpa no la tiene Natalia y sí el envoltorio de la obra  que no puede ser más pasado de moda, feo y cutre.


En primer lugar, creo que  el gran error de este montaje es partir de la base de que su original fue “sobresaliente” y en ese sentido, no podemos confundir éxito con calidad. Hablamos de 1979 y desde entonces ha llovido bastante en las artes escénicas, siendo incomprensible posicionarse contrarios a mejorar y enriquecer aquello que ya de por sí era muy mejorable. Sirva de ejemplo la escenografía tan penosa  y descuidada, que deberían, cuanto menos, haber revisado y si se quería dejar tal cual, haber restaurado un poquito. Tampoco logro entender la no dirección del espectáculo, que conserva cosas tan absurdas y pasadas de moda como ese juego de luces arriba, luces abajo, que supongo, intentan dotar al momento de mayor fuerza y significado  pero cuyo efecto es el contrario pues da la sensación de que se está produciendo una bajada de tensión, que nada tiene que ver con lo que sucede en la escena, por no hablar de otros muchos detalles que pude ver a lo largo de las casi dos horas de espectáculo.

También resulta lamentable la calidad y decadencia del teatro “Arlequín”.   Los asistentes y acomodadores estaban continuamente entrando y saliendo de la sala, sin ningún tipo de cuidado y con las consecuentes molestias al espectador. Avisar también del horrible ruido del aire acondicionado que se puso en marcha a los pocos minutos de comenzar la obra desconcentrando a la mismísima actriz; menos mal que iba con micrófono porque de no ser así hubiera sido imposible.  Es una lástima que un trabajo tan bien ejecutado por Natalia Millán y un público que abarrotaba el teatro tengan que verse afectados por estos inconvenientes, perfectamente controlables. 


 Autores de la talla de Miguel Delibes, textos de tanta calidad y trabajos tan bien realizados como el de Natalia, deberían estar protegidos de la ignorancia y no caer en manos de empresarios que demuestran tan poco amor por el arte en general, y el teatro en particular.

viernes, 28 de septiembre de 2012

UN REGALO DE LA VIDA. UN VERDADERO SUEÑO: BLANCA + CALDERÓN




El arte barroco nos ha regalado auténticas obras de arte a través de la arquitectura, la pintura, la música y la literatura. En 1635, Pedro Calderón de la Barca escribió,  la que es para muchos, junto con “Hamlet” de Shakespeare, cumbre del teatro y máximo exponente del movimiento de aquella época:  “La Vida es sueño”
Ambas obras tienen mucho en común; una trama centrada en un príncipe atormentado, la incertidumbre y confusión con la realidad, las dudas sobre el valor de la vida,  o la violencia como algo innato del hombre.

Calderón alimentó su obra de mucha filosofía Platónica  defendiendo la idea de que el hombre vive en un mundo de sueños, de tinieblas, cautivo en una cueva de la que sólo puede liberarse caminando hacia el estado del bien, renunciando a la materia para hallar la luz. Y aún va más lejos, enriqueciendo subliminalmente cada verso con referencias a la tradición judeo-cristiana,  a la mística persa, a la ética budista, o al pensamiento hindú.; ¡qué moderno era!. 

Llama poderosamente la atención que, a pesar de la profundidad y el tono dramático de la obra, Calderón tuviera tan clara la necesidad de llegar a un público amplio y por ello romper su tragedia, integrando a la perfección en la misma, momentos jocosos que hacen de  “La vida es sueño” la perfecta tragicomedia.

Helena Pimenta, afronta valientemente su debut como nueva directora de la Compañía Nacional de Teatro Clásico apostando por una versión magistral y cercana de este Calderón, en versión de Juan Mayorga; magnífico trabajo de estilo y qué sensibilidad la de este hombre a la hora de enfrentarse a un escrito de semejantes características. Pero no me quiero desviar. Pimenta ha sabido dirigir sobresalientemente la obra creando un montaje elegante, sobrio, dinámico y de fácil comprensión, y todo ello a pesar de la dureza y dificultad del texto. También ha sabido combinar con inteligencia los elementos y recursos teatrales  tan necesarios para secuestrar la atención del público, y mantenerlo interesado durante las más de dos horas (sin interrupción) que dura el espectáculo.

Sin lugar a dudas, este montaje no sería lo que es si no estuviera Blanca Portillo. Hablar del trabajo de Blanca y de su interpretación de Segismundo son palabras mayores. Cuando crees que lo has visto todo de ella, te vuelve a sorprender con “un más difícil todavía”. No es la primera vez que se sumerge en Calderón, lo cual supongo que le habrá ayudado bastante. Lo hizo primero en el 1998, bajo la dirección de Denis Rafter, en un precioso montaje de “No hay burlas con el Amor”,  en el añorado Teatro de La Comedia. Años más tarde encarnó a Semíramis, la reina de Babilonia en otro bello montaje de “La hija del aire”, bajo la dirección del grandioso Jorge Lavelli.


Tampoco es la primera vez que nos sorprende con un papel masculino. Lo ejecutó en el soberbio “Hamlet” de Pandur,  y muchos años atrás, en una prescindible “Mujeres frente al espejo” bajo la dirección de J.C. Pérez de la Fuente. 

Ahora Blanca, compone un Segismundo magistral. Un verdadero hombre, cargado de ternura y horror, que conmueve y que amedrenta a partes iguales. Que se impone y te impone. Lo consigue sin ningún quiebro ni fisura, sin necesidad de realizar gestos o impostar la voz, demostrando que no necesita ser un hombre para convencernos de que lo es. ¡Qué valiente es Blanca!.

Llevo varios días sosteniendo la teoría de que Blanca no es humana y que ha venido de otro planeta. Da lo mismo lo que le den; ella lo hace suyo y lo hace MUY BIEN, sin ni siquiera rozar la perfección porque simplemente lo hace perfecto. Domina la voz, domina el gesto, domina el espacio, domina el texto, todo con una naturalidad insultante. La Portillo es una DIOSA. No hay nadie igual a ella, con su capacidad, su versatilidad, su registro, su verdad,  su humildad. Amo a Blanca. Siento debilidad por ella pero es tan justificada la devoción que le profeso que sé que puedo manifestarlo con absoluta libertad sin miedo a ser acusado de parcial o carente de objetividad.

En cuanto al resto de actores y actrices, sólo puedo entonar un BRAVO mayúsculo. Me encantó el verso de Marta Poveda, su sensibilidad y su brillantez. Supo conmoverme. De Joaquín Notario poco que decir salvo que a pesar de los años, sigue siendo uno de los mejores actores de teatro que tenemos en este país y que haga lo que haga, lo hace bien.  Geniales también Pepa Pedroche, Enrique San Segundo y David Lorente.


Es una lástima que un montaje así se vea relegado a un teatro tan horrible como el Pavón. Esta obra, hubiera merecido escapar de los corsés burocráticos administrativos y lucir en el teatro María Guerrero, que también forma parte y es cuna del Centro Dramático Nacional. La acústica del Pavón es horrorosa lo cual hace muy recomendable que los que tengan intención de ir, hagan lo posible por ubicarse en las primeras filas del teatro y a ser posible, lejos de la pequeña orquesta Barroca que pone música de fondo, en ocasiones de manera inoportuna al verso. Y digo inoportuna no porque sea inadecuada su presencia sino por la lastimosa resonancia del espacio, que emborrona las voces y sonidos, restando magia a la escena. Tal vez, de cara a futuras representaciones, deberían tener en cuenta esta observación  o al menos, ser conscientes de ello. Estoy seguro de que no soy el primero en comentarlo.

Concluyo diciendo que la obra me ha parecido grandiosa. Volveré a verla. Sin lugar a dudas este es uno de los montajes teatrales del año, de esos que harán historia y que debería ser por Real Decreto, de obligado visionado, sin olvidarnos de que tener la oportunidad de sentir y vivir un Calderón y ver a Blanca Portillo en su siempre “estado de gracia” es algo que no tiene precio, un regalo de la vida,  un verdadero SUEÑO.