viernes, 28 de septiembre de 2012

UN REGALO DE LA VIDA. UN VERDADERO SUEÑO: BLANCA + CALDERÓN




El arte barroco nos ha regalado auténticas obras de arte a través de la arquitectura, la pintura, la música y la literatura. En 1635, Pedro Calderón de la Barca escribió,  la que es para muchos, junto con “Hamlet” de Shakespeare, cumbre del teatro y máximo exponente del movimiento de aquella época:  “La Vida es sueño”
Ambas obras tienen mucho en común; una trama centrada en un príncipe atormentado, la incertidumbre y confusión con la realidad, las dudas sobre el valor de la vida,  o la violencia como algo innato del hombre.

Calderón alimentó su obra de mucha filosofía Platónica  defendiendo la idea de que el hombre vive en un mundo de sueños, de tinieblas, cautivo en una cueva de la que sólo puede liberarse caminando hacia el estado del bien, renunciando a la materia para hallar la luz. Y aún va más lejos, enriqueciendo subliminalmente cada verso con referencias a la tradición judeo-cristiana,  a la mística persa, a la ética budista, o al pensamiento hindú.; ¡qué moderno era!. 

Llama poderosamente la atención que, a pesar de la profundidad y el tono dramático de la obra, Calderón tuviera tan clara la necesidad de llegar a un público amplio y por ello romper su tragedia, integrando a la perfección en la misma, momentos jocosos que hacen de  “La vida es sueño” la perfecta tragicomedia.

Helena Pimenta, afronta valientemente su debut como nueva directora de la Compañía Nacional de Teatro Clásico apostando por una versión magistral y cercana de este Calderón, en versión de Juan Mayorga; magnífico trabajo de estilo y qué sensibilidad la de este hombre a la hora de enfrentarse a un escrito de semejantes características. Pero no me quiero desviar. Pimenta ha sabido dirigir sobresalientemente la obra creando un montaje elegante, sobrio, dinámico y de fácil comprensión, y todo ello a pesar de la dureza y dificultad del texto. También ha sabido combinar con inteligencia los elementos y recursos teatrales  tan necesarios para secuestrar la atención del público, y mantenerlo interesado durante las más de dos horas (sin interrupción) que dura el espectáculo.

Sin lugar a dudas, este montaje no sería lo que es si no estuviera Blanca Portillo. Hablar del trabajo de Blanca y de su interpretación de Segismundo son palabras mayores. Cuando crees que lo has visto todo de ella, te vuelve a sorprender con “un más difícil todavía”. No es la primera vez que se sumerge en Calderón, lo cual supongo que le habrá ayudado bastante. Lo hizo primero en el 1998, bajo la dirección de Denis Rafter, en un precioso montaje de “No hay burlas con el Amor”,  en el añorado Teatro de La Comedia. Años más tarde encarnó a Semíramis, la reina de Babilonia en otro bello montaje de “La hija del aire”, bajo la dirección del grandioso Jorge Lavelli.


Tampoco es la primera vez que nos sorprende con un papel masculino. Lo ejecutó en el soberbio “Hamlet” de Pandur,  y muchos años atrás, en una prescindible “Mujeres frente al espejo” bajo la dirección de J.C. Pérez de la Fuente. 

Ahora Blanca, compone un Segismundo magistral. Un verdadero hombre, cargado de ternura y horror, que conmueve y que amedrenta a partes iguales. Que se impone y te impone. Lo consigue sin ningún quiebro ni fisura, sin necesidad de realizar gestos o impostar la voz, demostrando que no necesita ser un hombre para convencernos de que lo es. ¡Qué valiente es Blanca!.

Llevo varios días sosteniendo la teoría de que Blanca no es humana y que ha venido de otro planeta. Da lo mismo lo que le den; ella lo hace suyo y lo hace MUY BIEN, sin ni siquiera rozar la perfección porque simplemente lo hace perfecto. Domina la voz, domina el gesto, domina el espacio, domina el texto, todo con una naturalidad insultante. La Portillo es una DIOSA. No hay nadie igual a ella, con su capacidad, su versatilidad, su registro, su verdad,  su humildad. Amo a Blanca. Siento debilidad por ella pero es tan justificada la devoción que le profeso que sé que puedo manifestarlo con absoluta libertad sin miedo a ser acusado de parcial o carente de objetividad.

En cuanto al resto de actores y actrices, sólo puedo entonar un BRAVO mayúsculo. Me encantó el verso de Marta Poveda, su sensibilidad y su brillantez. Supo conmoverme. De Joaquín Notario poco que decir salvo que a pesar de los años, sigue siendo uno de los mejores actores de teatro que tenemos en este país y que haga lo que haga, lo hace bien.  Geniales también Pepa Pedroche, Enrique San Segundo y David Lorente.


Es una lástima que un montaje así se vea relegado a un teatro tan horrible como el Pavón. Esta obra, hubiera merecido escapar de los corsés burocráticos administrativos y lucir en el teatro María Guerrero, que también forma parte y es cuna del Centro Dramático Nacional. La acústica del Pavón es horrorosa lo cual hace muy recomendable que los que tengan intención de ir, hagan lo posible por ubicarse en las primeras filas del teatro y a ser posible, lejos de la pequeña orquesta Barroca que pone música de fondo, en ocasiones de manera inoportuna al verso. Y digo inoportuna no porque sea inadecuada su presencia sino por la lastimosa resonancia del espacio, que emborrona las voces y sonidos, restando magia a la escena. Tal vez, de cara a futuras representaciones, deberían tener en cuenta esta observación  o al menos, ser conscientes de ello. Estoy seguro de que no soy el primero en comentarlo.

Concluyo diciendo que la obra me ha parecido grandiosa. Volveré a verla. Sin lugar a dudas este es uno de los montajes teatrales del año, de esos que harán historia y que debería ser por Real Decreto, de obligado visionado, sin olvidarnos de que tener la oportunidad de sentir y vivir un Calderón y ver a Blanca Portillo en su siempre “estado de gracia” es algo que no tiene precio, un regalo de la vida,  un verdadero SUEÑO.

miércoles, 26 de septiembre de 2012

Sonrisas y Lágrimas




A finales de los años 50, Richard Rodgers y Oscar Hammerstein II sucumbieron a los deseos de la por entonces, gran estrella de Broadway, Mary Martin, adaptando para las tablas un film alemán que contaba vida y milagros de la familia Trapp. Sin querer, compusieron una de las partituras más geniales del teatro musical, dando nacimiento a lo que con el paso de los años se ha convertido en uno de los clásicos del género: “Sonrisas y lágrimas” (The Sound of Music). La obra obtuvo un rotundo éxito, superando las 1440 funciones y ganando seis premios Tony. 

Tras la muerte de Hammerstein, la Fox, aún en “coma” por el gran batacazo de “Cleopatra”,  decidió llevar al cine la obra, creando una gran producción para todos los públicos, que huía del cartón piedra y hallaba la grandeza del espectáculo en decorados reales  y una cuidada puesta en escena dirigida por el prestigioso Robert Wise. La consecuencia fue diez candidaturas a los premios Oscar y cuatro Globos de Oro, ganando entre ellas, el Oscar y el Globo de oro a la mejor película. A partir de entonces, el film se convirtió  en leyenda, algo que ha marcó de por vida a sus actores protagonistas, Julie Andrews y Christopher Plummer, y supuso un reto difícil de superar para los directores y productores teatrales que pretendiesen arriesgar con posterioridad, llevando el musical a su lugar de origen; el  teatro.

La consolidada productora Drive Entertainment, con el apoyo de otras mercantiles, ha apostado fuerte con una producción importante y bonita, bajo la dirección del veterano Jaime Azpilicueta y unos protagonistas que dan la talla. 

No soy nada “fan” de Drive y sus horribles “jukebox” aunque le proceso  respeto y reconocimiento como gran culpable del interés despertado en las nuevas generaciones por el teatro. Sirva de ejemplo el espanto de “Hoy No me puedo Levantar”, que incomprensiblemente, siendo muy deficiente en todo, supo conectar con la masa. Sin embargo, tengo que reconocer que sus escasas apuestas por el musical internacional, siempre han sido acertadas y tratadas con mucho respeto. Lo hizo muy bien con Avenue Q (lástima que no acertaran a la hora de ubicarlo convenientemente en el lugar adecuado y que se merecía), y  lo ha sabido hacer  con “Sonrisas y Lágrimas”. Lo único que les queda ahora, es consolidarse como alternativa real a STAGE en cuanto a producciones internacionales se refiere, y también aprender de ellos a la hora de cuidar el producto.

Entrando en materia,  que es lo que interesa, tengo que reconocer que la función me gustó y me sorprendió. Es difícil no “fastidiarla” pues todos estamos muy influenciados por la película, la conocemos de memoria y es inevitable sentarse en la butaca y no tener el film en la cabeza. Hasta la fecha, las adaptaciones en España de musicales que han tenido su réplica en la gran pantalla, a excepción de las que vienen firmadas por Disney y alguna que otra avalada por una franquicia, han sido una verdadera chapuza. Basta con recordar las cansinas y repetidas versiones  de “Grease”,  “Annie” o “Shrek”. Pero este no es el caso. Jaime Azpelicueta, que es “largo”, ha sabido imponer su experiencia y buen hacer, manteniendo los referentes del film que al público le interesan , creando una obra distinta pero identificable que nos recuerda que ahora estamos en un teatro,y no en el cine o frente al televisor en casa. Azpelicueta es un maestro y ya lo ha demostrado con una carrera consolidada en el género por eso nadie mejor que él para poner en pie este montaje.

La obra,  en general es muy teatral, clásica pero es lo que procede ya que es difícil imaginarse un “Sonrisas y Lágrimas” a lo Calixto Bieito o Pandur. La escenografía, a cargo de Ricardo Sánchez Cuerda, es acertada y pasa con nota las dificultades que el desarrollo de la historia impone. En contra, y sin salirnos del tema, tengo también que decir que, aunque escenográficamente da todo eso que tanto le gusta a la gente,  a mí personalmente, los cambios faraónicos de decorados, que suben y bajan, entran y salen, ante los ojos del respetable público, causando asombro y admiración me parece muy pasados de moda, muy de los ochenta, ya no toca. Por supuesto, es de justicia reconocer algunos aciertos, destacando ese  efecto de perspectiva que busca la sensación aérea de movilidad de los personajes cuando están en la montaña (primera aparición en escena de María y final de la obra con toda la familia Trapp). Si logran coordinarlo siempre  a la perfección, y anoche lo lograron, resulta espectacular y arranca el aplauso.


La producción,  es  buena aunque los responsables deberían mirar y aprender de la competencia, supervisando algunos detalles que restan inmerecidamente  “pomposidad” y fuerza a la representación cuando más lo merece, en momentos muy claves. La fiesta de Gala que se celebra en la casa del Capitán von Trapp necesita más extras, más invitados pero sobre todo, revisar el vestuario y la peluquería de las señoras; son auténticas madrinas de boda de provincias, con pelucas baratas de nylon mal colocadas, muy lejos de la alta sociedad Austriaca de los años 20. Imperdonable también el vestido de fiesta de la Baronesa Elsa Schraeder, que parece de broma así como el resto que viste, insultantemente arrugados, cuando deberían lucir impecables. No me detendré en los trajecitos de fiesta de las 5 niñas.

También, no sé si error de producción o de dirección, deberían cuidar más las edades de algunas de las actrices y los personajes que éstas interpretan. Sería necesario frenar más a las niñas Marta Ibáñez y María Osuna, que lo hacen francamente bien pero están muy forzadas tratando de aparentar quince años menos de los que en realidad tienen. Cuidado porque se quedan al borde de una peligrosa delgada línea roja hacia lo ridículo. Más pasable es el papel de Madre Abadesa, interpretado magistralmente por Noemi Mazoy que peca de todo lo contrario ya que pudiera resultar poco creíble que, siendo tan joven, sea una veterana y sabia Madre Superiora. En este caso, y por la manera tan magistral de cerrar un primer acto, a Noemí se le perdona todo pero yo haría algo por echarle años encima.

En cuanto a la música, funciona con precisión y fuerza. A mi parecer, el sonido de la sala es mejorable pero tengo que reconocer que la orquestación es brutal y merece todos los elogios del mundo.

La adaptación de las letras y el texto me han gustado mucho. Se han rehecho y adaptado a los tiempos actuales, restándole “azúcar”,  haciéndolas más maduras y conservando de manera muy inteligente sólo aquello que es un referente, que no se debe eliminar porque todo el público espera oír.


En cuanto a los actores, tengo que reconocer que me han gustado todos. Silvia Luchetti, guapísima, hace una muy buena interpretación de María sin embargo aunque su voz es preciosa, tal vez debería trabajar más la vocalización ya que puntualmente, hay momentos que canta y no se entiende bien lo que dice. Lo mismo ocurre con las escenas de la Abadía en las que intervienen las monjas. Se pierden muchas palabras cuando entonan. Esto me lleva a pensar que tal vez , más que un tema de dicción, sea un problema de sonido aunque es algo que no pasa con Carlos Hipólito al cual se le entiende todo sin mayor esfuerzo. Por cierto, que GRANDE es este actor. Anoche repasé su curriculum y causa escalofríos. Me emocionó  y emocionó. Lo hace maravillosamente bien y  nos enamora a todos, no sólo a María. Tiene tablas y ha trabajado con los mejores, algo que se nota en cuanto aparece en escena.


Retomando a Noemí Mazoy, tengo que decir que es, junto con Carlos Hipólito, la que más me impresionó. Es ella quien tiene el honor de cerrar ambos actos; el primero con un solo (Climb Ev'ry Mountain) que deja clavado al público en su butaca, sin aliento e impactado mientras cae el telón;  el segundo, coralmente  con un  reprise  de un nuevo “Climb Ev'ry Mountain".

En cuanto al trabajo de los niños, salvo lo comentado más arriba, la verdad es que me gustaron. Se les ve con soltura,  naturales y muy centrados , siendo muy  creíbles sus interpretaciones.
Jorge Lucas, David Castedo, Ángel Padilla y Loreto Valverde muy bien en sus papeles. También se les nota con tablas y en algún caso, se echa de menos oírles cantar.

Esta producción de "Sonrisas y Lágrimas"  tiene magia aunque podría tener aún más  si Azpelicueta revisase algunas pequeñas cosas que incomprensiblemente fallan y anulan el climax que requiere algunos momentos,  generando  dudas sin respuesta: Resuelve con maestría la difícil escena final del concierto de la familia Trapp y huída de Austria, sin embargo, la marcha de María de la casa, en plena fiesta de Gala, nos deja indiferentes y fríos. El momento, musicalmente, habla por sí solo y está contándonos que algo importante va a suceder, está sucediendo. De hecho, aunque en este montaje no sucede, es en ese instante donde se produce el fin de acto de la primera parte, algo que pone de manifiesto la importancia de la escena.  Pero por qué no sale María por la puerta principal de la casa? . Por qué el director decide que la escena no vaya en sintonía con la música y deja marchar a la monja como si ésta se fuera a dormir a su cuarto?. 

Podría continuar planteando más cuestiones y dudas. Ello no significa que la obra no me haya gustado. Todo lo contrario, me encantó,  pero me gustaría que me "encantase" todavía más.  No quiero destripar algo que francamente, es muy pero que muy recomendable.  Este musical será perfecto en cuanto haya rodado un mes y medio en la capital. Mejor aún si pulen algunos detalles de producción y dirección. Sé que lleva un año de gira y que eso forzosamente ha servido para dotar al montaje de solidez sin embargo, tengo la sensación de  que el musical de la gira era uno y el que está en Madrid es otro diferente, que debe partir de 0 para convertirse en una producción sobresaliente; el notable ya lo tienen.



Por mi parte, tengo claro que volveré a repetir . A pesar de los "peros", que no son más que meras observaciones, logró emocionarme.

Espero que el teatro se mantenga lleno, como ayer, durante muchos meses; el espectáculo lo merece y se merece estar donde está, en la Gran Vía, compitiendo de forma más que digna con "El Rey León”.

martes, 11 de septiembre de 2012

EVITA, EVITA




Cuesta entender bien el éxito de Evita, más si tenemos en cuenta que hablamos de una historia y un personaje muy alejado de la cultura anglosajona,  hasta que descubres que  Webber se inspiró en el cuestionable libro de Mary Main, “The Woman with the Whip”, algo así como “La mujer con el látigo”, basado en la vida y muerte de Eva Perón y su influencia en el país de Argentina a partir del ascenso al poder de Juan Perón. En definitiva, que estamos ante una secuela modernizada de  la Florentina “Hoguera de las vanidades” acontecida en el siglo XV, y eso siempre ha tirado mucho.

Con música de Andrew Lloyd Webber y letra de Tim Rice, el musical logró un rotundo éxito y una importante colección de premios a pesar del mal estar, por un lado de los argentinos, que veían a Santa Evita, retratada como una mujer llena de defectos, casquivana, contradictoria y ambiciosa, y por otro, de los peronistas que lanzaron duras críticas y no se cansaron de publicar una larga lista de errores históricos, entre los que destacaba el polémico personaje del Che, que nunca coincidió ni conoció a Evita pero que sin embargo, Webber y Rice han repetido hasta la saciedad que era un mero narrador de la historia que nada tenía ni tiene que ver con Guevara.

Broadway recibe una vez más a “Evita” por la puerta grande, con un reparto de lujo en cuanto a tirón mediático se refiere y un envoltorio glamuroso que tanto gusta a los Americanos.

La obra se puede ver en el Marquis Theatre, en la calle 45th, en pleno Times Square, ubicado en el interior del lujoso hotel Marquis. Se trata de un teatro grande, muy cómodo y perfecto para la obra que se representa pero para los Europeos, raro ya que no estamos acostumbrados a tener hoteles con teatros de más de 1600 localidades como parte de su infraestructura y servicios.

Tuve la gran suerte de ver la obra en la fila 7, centrado, lo cual me permitió advertir detalles que los de más atrás no iban a ver. Y digo esto porque el montaje, si bien es muy bonito y efectista, tal vez peca de oscuro. No he logrado entender muy bien lo que buscaba el director, Michael Grandage y el diseñador de luces, Neil Austin, ambos reconocidos profesionales, desarrollando la historia de “Evita” a media luz. Reconozco que la idea de no abusar de la luz crea escenas de pura belleza, estéticamente hablando, sirva de ejemplo el famoso “On This Night of a Thousand Stars”, pero resta magia a otras que piden a gritos un foco que ilumine y ensalce el momento , como es la aparición de Evita en el balcón de la Casa Rosada, para mi gusto, algo descafeinada, y no será por falta de medios, decorado, vestuario y planta de la actriz.


En cuanto a los intérpretes, un diez para todos. Estamos en Broadway y aquí se exige mucho por eso no valen medias tintas. Esta partitura es complicadísima. Requiere y exige de los actores principales más de lo normal, bien porque tienen que estar continuamente en el escenario, bien porque la exhibición de graves y agudos es continua y no da tregua al descanso. Las Óperas Rock de Webber siempre han sido auténticas quebranta-gargantas, no aptas para todas las cuerdas vocales y sólo accesibles para muy pocos. De hecho, he oído que Elena Roger, reconocidísima actriz de musicales argentina, y una fantástica y rara Evita, en este montaje, tiene que recurrir a su alternante, incapaz de poder hacer dos sesiones los días que toca matinée. Y digo rara porque es diferente al resto de “Evitas” que he oído antes. A mí me gustó, me la creí y me hizo llorar cuando murió, y eso es importantísimo porque no hay nada peor que morirse en un escenario y que la gente siga pensado que estás viva. He leído que no está siendo bien recibida por los puristas del género, autóctonos de Nueva York que, curiosamente, critican su acento argentino, sin embargo, la crítica internacional consideran a Elena como una de las mejores Evitas, incluso por encima de la primigenia e intocable, Patti LuPone. No podemos olvidar tampoco que Elena Roger conoce este role a la perfección y fue nominada con un Laurence Olivier por este mismo papel, en su reestreno en Londres allá por el 2006. 

                                                          
Michel Cervereis hace un Perón excelente, con presencia y una voz prodigiosa imposible de olvidar. Le había visto hacía años interpretando un papel breve en el premiado musical “Titanic”, y en cuanto le oí, me di cuenta de que era él.

Ricky Martin me sorprendió positivamente. No era la primera vez que se subía a un escenario para interpretar un musical. Previamente lo había hecho en 1996 atreviéndose con el papel de Marius en Les Misérables pero de aquél entonces ya habían pasado muchos años y el riesgo de que su entrada en escena con el “Oh What a Circus” sonara a “Viva la vida Loca” estaba ahí. Afortunadamente no fue así. El papel le va como un guante. Lo defiende con dignidad, carisma y simpatía, y lo mejor de todo, es que se mete al público en el bolsillo, por un trabajo bien hecho y no por ser quién es. En definitiva, que uno no se olvida de que Ricky Martin está ahí, pero lo que ve y escucha de él, es lo que se tiene que ver y oír en este musical, y lo ejecuta muy bien, sin divismos ni estridencias.


Para acabar, destacar el trabajo de la orquesta, que no puede sonar mejor y la incansable participación del resto del elenco que están permanentemente bailando, cantando, cambiándose de vestuario, y ello a pesar de que muchos contaban con una edad considerable pero aún así, hacían lo mismo que el resto, sin diferencias.

En definitiva, que el espectáculo me gusto muchísimo. Su concepto purista y clásico está resuelto con elegancia y nivel, tanto a la hora de desarrollar el montaje, oscuro pero muy bonito, insisto, como por sus intérpretes, magníficamente elegidos,  que dan la talla y están a la altura de lo que una producción de estas características, en pleno Broadway, exige.




lunes, 10 de septiembre de 2012

YO TAMBIÉN SOBREVIVÍ A SPIDER-MAN

 
 
Tras un justificable parón, y aprovechando el comienzo de la nueva temporada teatral, retomo mi blog para compartir con quienes deseen dedicar unos minutos de su tiempo a leer mis impresiones sobre lo que he visto, oído y vivido en los patios de butaca de los diferentes teatros que he  visitado en los últimos meses.

Hacía varios años que no pisaba la “Gran Manzana” y ya tocaba. La verdad es que dudé bastante sobre qué obra ver. Muchas, ya las había visionado en anteriores visitas, lo cual me hizo reflexionar sobre mi madurez incipiente, que ya se deja ver en situaciones dubitativas como esta. Finalmente tuve claro que quería aprovechar mi estancia para ver un clásico y una nueva producción de reciente creación, decantándome por “Evita” y “Spider-man, turn off the dark”. 

Con respecto a "Spider-man", reconozco que tuve mis dudas. Por un lado las críticas no habían sido nada favorables con este musical sin embargo tenía claro que una producción de estas características, jamas la iba a poder ver en España, amén del morbo que producía, teniendo en cuenta los múltibles accidentes acontecidos y las camisetas que muchos newyorkinos llevan con el eslogan "¡YO sobreviví a Spider-man!", pasar tres horas en un teatro, con la adrenalina a flor de piel por si algún cachivache, o directamente el señor araña, caía sobre mi cabeza, sin olvidar, por supuesto, la curiosidad que despierta ver la producción más cara de la historia de Boadway.


Spider-man se puede ver en el FOXWOODS theatre, un teatro histórico y gigantesco, ubicado en la mismísima calle 42 y 43 (tiene entrada por ambos lados), frente al también mítico New Amsterdam Theatre. El teatro Foxwoods, sufrió una importante reforma entre los años 1996 y 1998. Fue construido en 1903 y bautizado con el nombre de “The Liric Theatre” convirtiéndose por muchos años en el teatro más prestigioso y prominente de Manhattan. Aún hoy sigue dando escalofríos ver el tamaño de su patio de butacas, la grandiosidad de su escenario y la belleza de los detalles que envuelven el edificio.

En cuanto al musical decir que “Spider-man, turn off the dark” es un despropósito en todos los sentidos. Un arranque bestial y bellísimo, hacen presagiar que aquello va a ser un continuo despliegue de pirotecnia. El desarrollo de la historia es muy similar al de la película o el comic si bien hay ciertas licencias que creo, responden más a procesos de adaptación teatral que a caprichos de dirección. La concepción del musical es muy similar al recorrido de una montaña Rusa; cada 10 minutos se produce una subida vertiginosa, con caída brutal, curvas, giros y sorpresa final para después,  coger aire y volver a la carga.



En cuanto a la concepción del espectáculo, criticado por muchos por la falta de evidencias en la producción que justifiquen la gran inversión así como de un aire infantiloide rozando lo cutre, manifiesto mi disconformidad. La estética comic está en todo momento presente así como la mano y el espíritu de la genial Julie Taymor, que abandonó el proyecto a punto del primero de los muchos intentos de estreno pero que mal que le pese a algunos, incluso a ella misma, su estilo y su técnica están continuamente en detalles de la obra. 

Este musical tiene momentos… uhmmm, algo irregulares, pero también momentos geniales por los que ya merece la pena haber pagado el precio de la entrada, incluso me atrevería a decir, que haber ido ex profeso a Nueva York. Sirva de ejemplo el genial número interpretado por Reeve Carney, en el que, estando solo en su habitación, descubre que puede  subir y trepar por las paredes y techo. O el apoteósico final del primer acto donde, por fin, se produce uno de los momentos más esperados por el personal y, por primera vez Spider-man da un recital de acrobacias, vuelos, y lanzamientos de telas de araña por todo el teatro (anfiteatro y palcos incluidos),  sin olvidar la lucha final entre el arácnido y el duende Verde, magníficamente este último interpretado por Robert Cuccioli, en el edificio Chrysler.

La escenografía me pareció en ocasiones divertida, puntualmente  moderna, y en general grandiosa y llena de hallazgos y recursos que dejan ver que detrás de tanta parafernalia,  está la mano de un director.  Parece increíble que algo tan desproporcionado pueda entrar en un escenario y se pueda mover con aparente facilidad. 

Me gustó mucho la idea (muy desarrollada en su día por Taymor en “El Rey León”) de hacernos ver más allá de lo que estamos viendo sin perder en ningún momento nuestro punto de referencia; la butaca de un teatro. De ahí que nos quedemos boquiabiertos cuando vemos a Mary Jane colgando del puente de Brooklyn o lleguemos a sentir vértigo con el genial efecto del edificio Chrysler, o nos olvidemos por completo del arnes que ayuda a Spider-man a volar y creamos que realmente vuela.

Por último, y con respecto a la música, tengo que decir que, personalmente, me ha gustado. Sí, de acuerdo, es muy U2, y qué. Al espectáculo le va como un guante y eso es lo que debe contar.  Sin duda, por las características de la música, es una partitura para oír en directo, más teniendo en cuenta que todos, absolutamente todos,  cantan e interpretan la creación de Bono y The Edge, sobresalientemente con la dificultad que ello entraña en un espectáculo de semejantes características, destacando a Reeve Carney y su “Boy falls from the sky”, que en una escena cargada de emotividad y estéticamente sublime, la canta como si nada y pone en pie a los 2.000 espectadores que llenan el teatro.

Es evidente que a mí la obra me gustó. Pero me gustó porque me sorprendió. Esperaba una bobada, algo hueco,  y encontré una pieza con contenido. No soy muy fan de este estilo de musicales ni suelen entrar entre mis preferencias a la hora de invertir los más de 300 euros que me costó la entrada sin embargo, hay determinadas obras que están ahí y que, no sé muy bien si por cultura musical, por el marketing o por qué, pienso que hay que ver. Como dije al comienzo, tengo claro que este musical nunca vendrá a España. Para empezar, no hay teatro que pueda dar cabida a semejante montaje. Incluso Londres está teniendo problemas para encontrar un teatro con capacidad para ello. En segundo lugar, no creo que hubiese nadie capaz de asumir una inversión de tal envergadura, con el susodicho riesgo que ello conllevaría. En conclusión, que esto es un producto “puro” Broadway y sólo para Broadway, pero si podéis, id a verlo porque no hay nada igual.