El Teatro de la Zarzuela ha decidido
abrir la temporada con un programa doble dedicado a Manuel
de Falla a partir del montaje que Herbert
Wernicke, realizara allá por el 1995, y en el que se unía “El amor brujo”, en su versión original,
y “La vida breve”, estrenada
concretamente en este mismo teatro de la Zarzuela.
La imaginería basada en la pasión
por lo español de Wernicke es sobradamente
conocida y en este montaje se pone de manifiesto en una primera parte que,
respeta por un lado la gitanería concebida por Falla para su “amor brujo”, bajo un decorado desnudo y
puro en esencia, y por otro la abstracción y alegorías plasmadas por el músico
en las dos obras, con postales tópicas y típicas de la España del torero, el
bailaor, la Semana Santa y su gitana.
“La vida breve”, aparentemente inconexa
con la primera parte, “El amor brujo”,
tiene en común en ¡Ay, Amor!, ese
sentimiento desgarrado y trágico por el desamor, llegando a combinar las partituras
a la perfección y sirviendo una de prólogo a la otra, a pesar de las grandes diferencias
conceptuales que existen entre ambas.
Wernicke encontró
ese lazo de unión, esa suave transición que yo no he logrado ver en este
montaje, razón por la que a mí,
personalmente, me sobran los primeros 40 minutos de función. Tal vez este sea
uno de los problemas de ¡Ay, amor!; su sosa y rara primera parte
frente a una segunda que rebosa potencia, poesía, que resulta conmovedora, muy
bien cantada y acompañada por la dirección sobresaliente de Juanjo Mena, que le
sabe sacar gran partido a la siempre poco colorida orquesta de la Comunidad de
Madrid.
Por fortuna, la sobriedad enrarecida de la
primera parte, por todo lo dicho anteriormente, se ve recompensada con una segunda, igual de
trágica pero más teatral y colorista. Encontramos una ópera breve, de gran
riqueza musical y muy moderna, notablemente representada sobre el mismo
escenario pero con mayores recursos escenográficos, arropada por la gran compañía
del Teatro de la Zarzuela y por una iluminación bellísima que ayuda a
conmovernos durante los poco más de 70 minutos que dura la partitura, para
concluir con un bellísimo y trágico desenlace final perfectamente ejecutado en
todos los sentidos.
El director del Teatro de la Zarzuela, Paolo Pinamonti,
ha justificado este extraño montaje y arranque de temporada con la pretendida
intención de renovar el público de la Zarzuela, buscando con ello atraer a los más
jóvenes hacia género chico.
Personalmente no creo que esta sea la forma, ni
la obra. Escenarios inclinados, sin apenas decorados, o programas y carteles de
“diseño”, no esconden la clave. He presenciado montajes increíbles en este
teatro que harían las delicias del público de todas las edades si fuesen
revisados y repuestos. Sí es cierto que la media de edad de los que asisten a
este teatro no baja nunca de los 60 años, y es bueno replantearse abrir las
puertas a nuevas generaciones pero Pinamonti no va por el buen camino. Más
bien, de continuar en esta línea, es posible que incluso los fieles de este teatro,
dejen de serlo. De hecho, esta ha sido la primera vez que he visto el patio de
butacas de la Zarzuela a “medio gas”, lo cual debería hacer meditar a Pinamonti.
A favor, aplaudir la idea de que este año, cada estreno estará acompañado de exposiciones y conciertos paralelos. En concreto, ¡Ay, amor! viene acompañada de una muestra de pinturas de Julio Romero de Torres en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. También, se puede ver otra en el mismo teatro de la Zarzuela sobre Manuel de Falla. Además, se ha programado un concierto de Miguel Poveda y otro del guitarrista Tomatito.
En conclusión, a mi la obra me ha resultado decepcionante en su primera parte y bellísima en su segunda, generándome una sensación extraña y serias dudas a la hora de poder manifestarme con claridad y acierto sobre el espectáculo. Con independencia de lo dicho, estamos ante un buen montaje, elegante y de calidad, que podrá gustar más o menos, pero que no nos da "gato por liebre".
A favor, aplaudir la idea de que este año, cada estreno estará acompañado de exposiciones y conciertos paralelos. En concreto, ¡Ay, amor! viene acompañada de una muestra de pinturas de Julio Romero de Torres en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. También, se puede ver otra en el mismo teatro de la Zarzuela sobre Manuel de Falla. Además, se ha programado un concierto de Miguel Poveda y otro del guitarrista Tomatito.
En conclusión, a mi la obra me ha resultado decepcionante en su primera parte y bellísima en su segunda, generándome una sensación extraña y serias dudas a la hora de poder manifestarme con claridad y acierto sobre el espectáculo. Con independencia de lo dicho, estamos ante un buen montaje, elegante y de calidad, que podrá gustar más o menos, pero que no nos da "gato por liebre".