Hablar de “Cinco horas
con Mario”, es, sin lugar a dudas, hablar
de una de las joyas de nuestra literatura más reciente. Curiosamente, su autor, Miguel Delibes, comenzó manifestando su calidad artística a
través de la pintura para poco después, descubrirse como uno de los escritores más grandes que ha dado la
literatura española contemporánea.
La gente más joven y
poco cultivada, desconoce que estamos ante una adaptación teatral de la novela del
mismo nombre y cuya popularidad vino
rubricada por la producción teatral de José Sámano con la
irregular dirección de Josefina Molina e interpretación magistral de Lola Herrera
que se metió en la piel de Carmen Sotillo , la protagonista, durante más
de veinte años.
La obra se presenta en
forma de monólogo. En él, la ya citada
Carmen Sotillo, una vez que las visitas y la familia se han retirado, vela
durante la última noche el cadáver de su marido e inicia con el difunto un diálogo en el que descubriremos las miserias y conflictos del matrimonio, mostrándonos
una perfecta radiografía de la hipócrita y absurda sociedad del momento, segunda
mitad de los años sesenta. Sorprende como Miguel Delibes sorteó la censura de
la época, atacando de una forma tan elegante y sutil al régimen totalitario de aquel entonces apoyado y respaldado por la iglesia Católica.
En esta ocasión, se
recupera la producción y dirección primigenia, que muy a mi pesar, resulta
obsoleta y precisa de una revisión. El trabajo de Natalia Millán es excelente y
se postula como la gran sucesora de Lola Herrera, haciendo un trabajo más creíble
por edad, físico y registros del personaje. Ejecuta su papel con solidez,
recogiendo todos los matices que el texto original contiene, sin embargo yo no
vi la emoción, ni las risas ni los silencios absolutos que las críticas destacan
de este NO-nuevo montaje. Sin lugar a dudas, la culpa no la tiene Natalia y sí
el envoltorio de la obra que no puede
ser más pasado de moda, feo y cutre.
En primer lugar, creo
que el gran error de este montaje es
partir de la base de que su original fue “sobresaliente” y en ese sentido, no
podemos confundir éxito con calidad. Hablamos de 1979 y desde entonces ha llovido
bastante en las artes escénicas, siendo incomprensible posicionarse contrarios
a mejorar y enriquecer aquello que ya de por sí era muy mejorable. Sirva de
ejemplo la escenografía tan penosa y
descuidada, que deberían, cuanto menos, haber revisado y si se quería dejar tal
cual, haber restaurado un poquito. Tampoco logro entender la no dirección del
espectáculo, que conserva cosas tan absurdas y pasadas de moda como ese juego
de luces arriba, luces abajo, que supongo, intentan dotar al momento de mayor
fuerza y significado pero cuyo efecto es
el contrario pues da la sensación de que se está produciendo una bajada de
tensión, que nada tiene que ver con lo que sucede en la escena, por no hablar
de otros muchos detalles que pude ver a lo largo de las casi dos horas de espectáculo.
También resulta
lamentable la calidad y decadencia del teatro “Arlequín”. Los
asistentes y acomodadores estaban continuamente entrando y saliendo de la sala,
sin ningún tipo de cuidado y con las consecuentes molestias al espectador.
Avisar también del horrible ruido del aire acondicionado que se puso en marcha a
los pocos minutos de comenzar la obra desconcentrando a la mismísima actriz;
menos mal que iba con micrófono porque de no ser así hubiera sido imposible. Es una lástima que un trabajo tan bien
ejecutado por Natalia Millán y un público que abarrotaba el teatro tengan que
verse afectados por estos inconvenientes, perfectamente controlables.
Autores
de la talla de Miguel Delibes, textos de tanta calidad y trabajos tan bien
realizados como el de Natalia, deberían estar protegidos de la ignorancia y no
caer en manos de empresarios que demuestran tan poco amor por el arte en general,
y el teatro en particular.
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