lunes, 8 de octubre de 2012

CINCO HORAS CON MARIO




Hablar de “Cinco horas con Mario”, es,  sin lugar a dudas, hablar de una de las joyas de nuestra literatura más reciente.  Curiosamente, su autor,  Miguel Delibes,  comenzó manifestando su calidad artística a través de la pintura para poco después, descubrirse como uno  de los escritores más grandes que ha dado la literatura española contemporánea.

La gente más joven y poco cultivada, desconoce que estamos ante una adaptación teatral de la novela del mismo nombre y  cuya popularidad vino rubricada por la producción teatral de José Sámano  con  la irregular dirección de Josefina Molina  e interpretación magistral de Lola Herrera que se metió en la piel de Carmen Sotillo , la protagonista, durante más de veinte años.

La obra se presenta en forma de monólogo. En él,  la ya citada Carmen Sotillo, una vez que las visitas y la familia se han retirado, vela durante la última noche el cadáver de su marido e inicia con el difunto  un diálogo en el que descubriremos las miserias y conflictos del matrimonio, mostrándonos una perfecta radiografía de la hipócrita y absurda sociedad del momento, segunda mitad de los años sesenta. Sorprende como Miguel Delibes sorteó la censura de la época, atacando de una forma tan elegante y sutil al régimen totalitario  de aquel entonces apoyado y respaldado por  la iglesia Católica.

En esta ocasión, se recupera la producción y dirección primigenia, que muy a mi pesar, resulta obsoleta y precisa de una revisión. El trabajo de Natalia Millán es excelente y se postula como la gran sucesora de Lola Herrera, haciendo un trabajo más creíble por edad, físico y registros del personaje. Ejecuta su papel con solidez, recogiendo todos los matices que el texto original contiene, sin embargo yo no vi la emoción, ni las risas ni los silencios absolutos que las críticas destacan de este NO-nuevo montaje. Sin lugar a dudas, la culpa no la tiene Natalia y sí el envoltorio de la obra  que no puede ser más pasado de moda, feo y cutre.


En primer lugar, creo que  el gran error de este montaje es partir de la base de que su original fue “sobresaliente” y en ese sentido, no podemos confundir éxito con calidad. Hablamos de 1979 y desde entonces ha llovido bastante en las artes escénicas, siendo incomprensible posicionarse contrarios a mejorar y enriquecer aquello que ya de por sí era muy mejorable. Sirva de ejemplo la escenografía tan penosa  y descuidada, que deberían, cuanto menos, haber revisado y si se quería dejar tal cual, haber restaurado un poquito. Tampoco logro entender la no dirección del espectáculo, que conserva cosas tan absurdas y pasadas de moda como ese juego de luces arriba, luces abajo, que supongo, intentan dotar al momento de mayor fuerza y significado  pero cuyo efecto es el contrario pues da la sensación de que se está produciendo una bajada de tensión, que nada tiene que ver con lo que sucede en la escena, por no hablar de otros muchos detalles que pude ver a lo largo de las casi dos horas de espectáculo.

También resulta lamentable la calidad y decadencia del teatro “Arlequín”.   Los asistentes y acomodadores estaban continuamente entrando y saliendo de la sala, sin ningún tipo de cuidado y con las consecuentes molestias al espectador. Avisar también del horrible ruido del aire acondicionado que se puso en marcha a los pocos minutos de comenzar la obra desconcentrando a la mismísima actriz; menos mal que iba con micrófono porque de no ser así hubiera sido imposible.  Es una lástima que un trabajo tan bien ejecutado por Natalia Millán y un público que abarrotaba el teatro tengan que verse afectados por estos inconvenientes, perfectamente controlables. 


 Autores de la talla de Miguel Delibes, textos de tanta calidad y trabajos tan bien realizados como el de Natalia, deberían estar protegidos de la ignorancia y no caer en manos de empresarios que demuestran tan poco amor por el arte en general, y el teatro en particular.

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