viernes, 23 de septiembre de 2011

"LA CAIDA DE LOS DIOSES": ¿La caída de un mito?




Confieso,  sin pudor alguno, mi amor por la obra de Pandur desde que su particular “INFIERNO” me dejara sin apenas respiración en una butaca del María Guerrero. Desde entonces, he seguido con devoto interés todo lo que ha caído en sus manos.
Pandur, nació en Eslovenia. Allí se graduó en la Academia de Teatro, Cine y Televisión de Ljubljana y dirigió el Teatro Nacional de Maribor, de 1989 a 1996. Ha vivido en Nueva York, Hamburgo, México , y también en Madrid, ciudad por la que siente fascinación.

Muchos críticos han dicho de este director, que ha inventado un nuevo lenguaje teatral y le han elevado a Dios de la escena. Otros, le consideran un simple iconoclasta en cuya obra prima la “estética” por encima de todo lo demás, dejando vacío de contenido los elementos que convergen sobre las tablas.

Desde mi humilde opinión, nada en el teatro de Pandur es gratuito y su “arte” reside en la virtud de deconstruir  analíticamente los elementos de un texto que constituyen una estructura conceptual para llegar a un mundo de imágenes casi perfectas que la mayoría de las veces pueden hablar y contar la historia sin necesidad de palabras.

Ahora, tomando como referencia la obra de Visconti,   La Caída de los Dioses”,  Pandur se atreve con esta brutal historia, al más puro estilo Shakespeare, de una forma inédita y muy cinematográfica.
Pandur estrenó este montaje, con Belén Rueda en el papel que hacía Ingrid Thulin y Pablo Rivero en el de Helmut Berger, el pasado marzo en Valladolid y de ahí ha ido al Festival de Liubliana (Eslovenia) y al Festival Grec de Barcelona, antes de recalar en las Naves del Español en el Matadero, donde había dejado un listón altísimo con su inolvidable montaje de HAMLET, interpretado magistralmente por Blanca Portillo.

Una vez más, Pandur me ha sorprendido con su planteamiento preciosista, original y sobre todo, muy cinematográfico de esta adaptación, pero en honor a la verdad, se ha equivocado con la dirección de actores, o simplemente, con el reparto elegido. En esta ocasión, el montaje, más sencillo que sus antecesores, arrasa sin compasión con un conjunto de interpretaciones carentes de fuerza, matices y en ocasiones, ridículas por parte de los que soportan mayor protagonismo; cuanto menos sorprende, dada la calidad y el nombre de los que componen a los aristocráticos Essenbeck. Tal vez, habría que sacar de este saco a un inquietante Emilio Gavira y a Pablo Rivero, que en contadas ocasiones, logra ponerte la piel de gallina.

No logro entender la torpeza de Pandur a la hora de elegir el reparto o dirigir a estos actores. Tal vez el montaje le haya cegado o tal vez su imperfección de español le impida apreciar la artificialidad de un tono interpretativo. A pesar de todo esto, la obra merece la pena ya que pocas veces se pueden ver montajes tan bellos; una iluminación excepcional, un vestuario impecable, una música en directo que, pese a lo criticada que ha sido, a mi me pareció necesaria y ajustada al concepto cinematográfico que nos plantea el director, y así un largo etc.



Para concluir, sólo puedo decir que para los que nunca hayan disfrutado de Pandur, esta es la ocasión perfecta de adentrarse en su mundo. Para los que ya le conozcan, no hay mejor momento que este para darse cuenta de que también los genios se equivocan.

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