El
arte barroco nos ha regalado auténticas obras de arte a través de la
arquitectura, la pintura, la música y la literatura. En 1635, Pedro Calderón de
la Barca escribió, la que es para
muchos, junto con “Hamlet” de Shakespeare, cumbre del teatro y máximo exponente
del movimiento de aquella época: “La Vida es sueño”
Ambas
obras tienen mucho en común; una trama centrada en un príncipe atormentado, la
incertidumbre y confusión con la realidad, las dudas sobre el valor de la vida,
o la violencia como algo innato del
hombre.
Calderón
alimentó su obra de mucha filosofía Platónica
defendiendo la idea de que el hombre vive en un mundo de sueños, de
tinieblas, cautivo en una cueva
de la que sólo puede liberarse caminando hacia el estado del bien, renunciando
a la materia para hallar la luz. Y aún va más lejos, enriqueciendo
subliminalmente cada verso con referencias a la tradición judeo-cristiana, a la mística persa, a la ética budista, o al
pensamiento hindú.; ¡qué moderno era!.
Llama poderosamente la atención que, a pesar de la
profundidad y el tono dramático de la obra, Calderón tuviera tan clara la necesidad
de llegar a un público amplio y por ello romper su tragedia, integrando a la
perfección en la misma, momentos jocosos que hacen de “La vida es sueño” la perfecta tragicomedia.
Helena
Pimenta, afronta valientemente su debut como nueva directora de la Compañía
Nacional de Teatro Clásico apostando por una versión magistral y cercana de
este Calderón, en versión de Juan Mayorga; magnífico trabajo de estilo y qué
sensibilidad la de este hombre a la hora de enfrentarse a un escrito de
semejantes características. Pero no me quiero desviar. Pimenta ha sabido
dirigir sobresalientemente la obra creando un montaje elegante, sobrio,
dinámico y de fácil comprensión, y todo ello a pesar de la dureza y dificultad
del texto. También ha sabido combinar con inteligencia los elementos y recursos
teatrales tan necesarios para secuestrar la atención del público, y mantenerlo
interesado durante las más de dos horas (sin interrupción) que dura el
espectáculo.
Sin lugar a dudas, este montaje no sería lo que es si no estuviera Blanca
Portillo. Hablar del trabajo de Blanca y de su interpretación de Segismundo son
palabras mayores. Cuando crees que lo has visto todo de ella, te vuelve a
sorprender con “un más difícil todavía”. No es la primera vez que se sumerge en
Calderón, lo cual supongo que le habrá ayudado bastante. Lo hizo primero en el 1998,
bajo la dirección de Denis Rafter, en un precioso montaje de “No hay burlas con
el Amor”, en el añorado Teatro de La Comedia. Años más tarde encarnó a Semíramis, la
reina de Babilonia en otro bello montaje de “La hija del aire”, bajo la
dirección del grandioso Jorge Lavelli.
Tampoco
es la primera vez que nos sorprende con un papel masculino. Lo ejecutó en el soberbio
“Hamlet” de Pandur, y muchos años atrás,
en una prescindible “Mujeres frente al espejo” bajo la dirección de J.C. Pérez de la Fuente.
Ahora
Blanca, compone un Segismundo magistral. Un verdadero hombre, cargado de ternura y
horror, que conmueve y que amedrenta a partes iguales. Que se impone y te impone.
Lo consigue sin ningún quiebro ni fisura, sin necesidad de realizar gestos o
impostar la voz, demostrando que no necesita ser un hombre para convencernos de
que lo es. ¡Qué valiente es Blanca!.
Llevo
varios días sosteniendo la teoría de que Blanca no es humana y que ha venido de
otro planeta. Da lo mismo lo que le den; ella lo hace suyo y lo hace MUY BIEN,
sin ni siquiera rozar la perfección porque simplemente lo hace perfecto. Domina
la voz, domina el gesto, domina el espacio, domina el texto, todo con una naturalidad
insultante. La Portillo es una DIOSA. No hay nadie igual a ella, con su
capacidad, su versatilidad, su registro, su verdad, su humildad. Amo
a Blanca. Siento debilidad por ella pero es tan justificada la devoción que le
profeso que sé que puedo manifestarlo con absoluta libertad sin miedo a ser
acusado de parcial o carente de objetividad.
En
cuanto al resto de actores y actrices, sólo puedo entonar un BRAVO mayúsculo.
Me encantó el verso de Marta Poveda, su sensibilidad y su brillantez. Supo
conmoverme. De Joaquín Notario poco que decir salvo que a pesar de los años, sigue
siendo uno de los mejores actores de teatro que tenemos en este país y que haga
lo que haga, lo hace bien. Geniales
también Pepa Pedroche, Enrique San Segundo y David Lorente.
Es
una lástima que un montaje así se vea relegado a un teatro tan horrible como el
Pavón. Esta obra, hubiera merecido escapar de los corsés burocráticos
administrativos y lucir en el teatro María Guerrero, que también forma parte y
es cuna del Centro Dramático Nacional. La acústica del Pavón es horrorosa lo cual
hace muy recomendable que los que tengan intención de ir, hagan lo posible por
ubicarse en las primeras filas del teatro y a ser posible, lejos de la pequeña
orquesta Barroca que pone música de fondo, en ocasiones de manera inoportuna al verso. Y digo inoportuna no porque sea inadecuada su presencia sino por la lastimosa
resonancia del espacio, que emborrona las voces y sonidos, restando magia a la escena. Tal vez, de
cara a futuras representaciones, deberían tener en cuenta esta observación o al menos, ser conscientes de ello. Estoy
seguro de que no soy el primero en comentarlo.
Concluyo diciendo que la obra me ha parecido grandiosa. Volveré a verla. Sin lugar a
dudas este es uno de los montajes teatrales del año, de esos que harán historia
y que debería ser por Real Decreto, de obligado visionado, sin olvidarnos de
que tener la oportunidad de sentir y vivir un Calderón y ver a Blanca Portillo
en su siempre “estado de gracia” es algo que no tiene precio, un regalo de la
vida, un verdadero SUEÑO.